Comentario
Las consecuencias de la Guerra de Sucesión fueron considerables. En el plano internacional, los tratados firmados suponían la consolidación de un nuevo mapa y el triunfo de un ideario novedoso en las relaciones intereuropeas: la paz en el continente se conseguiría a través del establecimiento de un justo equilibrio de poder entre dos bloques tácitos de similar fuerza que por medio de la disuasión garantizarían la concordia. Francia y Austria resultarían los centros de las alianzas y Gran Bretaña la gran vigilante que terminó por imponer de hecho su criterio de la balanza de poderes.
En el plano interior los efectos resultaron variados. Pese a la sangría que toda guerra comporta, no parece que la demografía sufriera importantes retrocesos, dado que buena parte de las tropas eran extranjeras y que los contendientes no efectuaron matanzas sobre una población civil cuya simpatía deseaban granjearse. La economía tampoco se resintió especialmente, puesto que la recuperación periférica no resultó gravemente alterada. Tampoco la estructura social experimentó modificaciones, pues a partir de 1725 los pocos exiliados austracistas pudieron volver a disfrutar nuevamente de sus bienes y haciendas.
Así pues, fue sin duda en el ámbito político donde las transformaciones resultaron especialmente esenciales. En la política interna el poder real iba a quedar reforzado frente a los grupos sociales, a la Iglesia, a los cuerpos legislativos y a los antiguos reinos, cuyos fueros resultaron abolidos en la búsqueda de un nuevo estado que iba a tener en la uniformidad y no en la variedad su propia razón de ser. En la política externa, la sangría de las posesiones europeas obligó a España a mirar con más detenimiento hacia dentro y observar el todavía extenso imperio colonial con ojos distintos a los Habsburgo. España se atlantizará y se indianizará a lo largo del siglo, especialmente en su segunda mitad.